Viendo que la gente aplaudía con tanta vehemencia la acción de la Agencia de Garantías de Depósitos, confiscando los bienes del grupo Isaías, me sumé a la algarabía y como, la figura más visible de este logro recae sobre el Presidente Correa, me fui a una manifestación de apoyo al primer mandatario que se daría frente al Palacio de Gobierno, en La Plaza Grande. Radio La Luna llamaba a apoyar al gobierno, a las cuatro de la tarde.
Quise ser parte de la alegría. Por primera vez iría a una manifestación de respaldo al habitante más notable del Palacio de Carondelet, esta vez no iría a pedirle que se vaya, ni a tratarlo de ladrón.
Desde el cielo las nubes negras rasgaron sus placentas de agua, y la lluvia calló inoportuna sobre nosotros. Las vendedoras de los paraguas, llegaron a ofrecerlos a tres dólares cada uno.
Una anciana sentada en el respaldo de un asiento de piedra de la Plaza, se cubría la cabeza con un chal negro, con la mirada fija en el balcón desde donde suponíamos saldría Rafael Correa a saludarnos. Su paraguas era mucho más sobrio que el mío y me dieron ganas de pedirle que los cambiáramos, pero mejor me senté a su lado a fijar la vista también en el balcón por donde pensábamos, aparecería el Presidente. Ya casi no llovía y se iba juntando más gente. Algunos llevaban banderas bien ajadas por el uso, de color verde manzana, las banderas del partido del Presidente, pero la mayoría estaban solos como yo.
Cuando ya me aburría la espera, empecé a mirar a esa menuda anciana, con curiosidad:
-“¿Cuál será su historia, se ve que no es una persona de recursos, tendrá a sus hijos en España…?”
Ella se dio cuenta de mi curiosidad y enseguida lo tomó como una invitación para conversar.
- ¿A usted también le robó la plata el ladrón del Jamil? -me dijo sonriendo.
- No, porque yo tenía una cuenta de ahorros que no tenía ni un centavo y cuando uno no tiene nada, no le pueden robar -le contesté riéndome y ella me miró incrédula.
La anciana abrigada con su chal negro, se veía más alta, pero en realidad era bien pequeña. Sus rasgos indígenas, de trazos firmes y expresión cansada, la hacían lucir como una persona trabajadora, que está acostumbrada a cargar cosas, a estar siempre haciendo algo o en movimiento. Luego de un par de frases, entramos en confianza y empezamos con las confidencias.
La señora María, me contó que cuando llegó lo del Feriado Bancario, ella tenía a su marido y a una hija. El, no pudo resistir el desencanto de tanto esfuerzo tirado a la basura y justo una semana después que le confiscaron su plata, le dio un ataque cardiaco.
-Es que él era muy rabioso. Yo le decía, Lucho te va a dar colerín, lo único que nos queda es seguir adelante, lo que se perdió, ya se perdió, pero nunca hizo caso y me dejó sola en el peor momento de mi vida. Sí, le dio colerín…es que se le quedaron con la plata de la jubilación y no lo pudo soportar…
Yo por estar mirando hacia el balcón presidencial, casi no veo que la señora María estaba llorando.
-Ya, no llore, eso ya pasó, ahora hay que tener fe, en que todo va a cambiar… ya vendrán tiempos mejores…
-Sí, dijo, limpiándose las lágrimas con la mano, pero al final yo me quedé sin familia, muy sola…-y volvió a llorar en silencio, sin quejarse.
-¿Y su hija?
-Se fue a España con su marido y yo me quedé con mis nietos…
-¿Ve que no está tan sola? Tiene a sus nietos, ellos le deben alegrar la vida.
-Sí, pero estamos solos, yo ya no tengo las fuerzas que tenía antes, ahora de todo me canso.
-¿Y no los trajo a ver al Presidente? –le dije con la idea de distraerla de su pena.
-No, porque ellos ya están grandes y no les gusta andar conmigo, dicen que es foco andar con la abuela…- y se rió a carcajadas.
-¿Qué edad tienen?
-El mayor tiene doce años y el otro diez, pero viera como me dan guerra, a veces no me hacen caso y yo tengo miedo que se me dañen. Ellos, se fueron hace tres años…
-¿Y por qué no se van con su hija?
-No han podido arreglar los papeles para llevarse a los guambras y yo no me quiero ir. ¿Ya para qué, si ni para trabajar sirvo? Quiero que se lleven a los guambras, y yo me voy a vivir con una hermana que vive en Patate… Yo nunca pensé que a la vejez, me podía quedar sola en la vida y así va a ser… ¿Sabe què? A estos del Jamil deberían castigarlos, pero bien duro…
-Antes eran demócrata populares, ahora son demócrata cristianos. -le dije, para que pudiera identificar a sus verdugos, pero no le dio la importancia que yo pensé, le daría a mi comentario.
- …en mi tierra hortigamos a estos ladrones. Qué valiente el Presidente Correa, por fin hay un Presidente de verdad…yo voté por él. -decía con orgullo. A mí me gustaría que al Jamil lo trajeran para hostigarlo, pero no, mejor a ese habría que matarlo…
Estábamos tan metidos en la conversación, que por poco no vemos a Correa que se asomó al balcón, de pura cortesía , porque en realidad no éramos muchos.
La gente empezó a gritar: ¡qué valiente, qué valiente, que es nuestro Presidente! Y la señora María y yo nos unimos al grupo, con un entusiasmo casi infantil. Al lado de Correa apareció Patiño, el Ministro de la Política, saludando con simpatía, igual que el Presidente.
Las consignas se siguieron sucediendo, algunas buenas, otras que rimaban a la fuerza, como esa de: “Ortiz, Ortiz, con nuestro Presidente no podís”. -aludiendo al periodista de canal cuatro, uno de los enemigos más profesionales de los medios de comunicación. Este hombre se sabe todas las mañas, de cómo entrevistar a la gente y marearla de tal manera, que al final, él queda como genio, y el otro como zapato viejo, sin importar si los hechos de la noticia se aclararon o no.
En la época que Mahauad, era Alcalde de Quito y luego candidato a la presidencia de la República, nunca le faltó una sonrisa para él y sacrificaba las preguntas, por adulaciones, que rayaban en el absurdo. Y nunca faltaba a las comidas en restaurantes caros de la ciudad, financiadas con plata del Municipio quiteño.
A los pocos minutos, el Presidente, se despidió para seguir con sus labores y nosotros nos quedamos felices por haberlo visto.
La señora María, con la cara radiante de alegría, se despidió de mí y ya caminando me dijo: ¡Sí, él es una buena persona, yo sabía! Y desapareció de mi vista caminando con pasos cortos.
Me quedé un rato pensando, en cuál sería el sentimiento de Correa cuando la gente como doña María le demuestra que confían en él plenamente, sin red de protección. La lluvia que comenzó a caer gruesa y tupida, me despertó de mis interrogantes y me fui corriendo, esquivando las pozas de agua, a tomar un taxi para irme a la casa.
Camarones que no se duermen, que no se los lleve la corriente, porque siempre deben saber, de dónde viene la traición.
FOTO: www.daylife.com
Quise ser parte de la alegría. Por primera vez iría a una manifestación de respaldo al habitante más notable del Palacio de Carondelet, esta vez no iría a pedirle que se vaya, ni a tratarlo de ladrón.
Desde el cielo las nubes negras rasgaron sus placentas de agua, y la lluvia calló inoportuna sobre nosotros. Las vendedoras de los paraguas, llegaron a ofrecerlos a tres dólares cada uno.
Una anciana sentada en el respaldo de un asiento de piedra de la Plaza, se cubría la cabeza con un chal negro, con la mirada fija en el balcón desde donde suponíamos saldría Rafael Correa a saludarnos. Su paraguas era mucho más sobrio que el mío y me dieron ganas de pedirle que los cambiáramos, pero mejor me senté a su lado a fijar la vista también en el balcón por donde pensábamos, aparecería el Presidente. Ya casi no llovía y se iba juntando más gente. Algunos llevaban banderas bien ajadas por el uso, de color verde manzana, las banderas del partido del Presidente, pero la mayoría estaban solos como yo.
Cuando ya me aburría la espera, empecé a mirar a esa menuda anciana, con curiosidad:
-“¿Cuál será su historia, se ve que no es una persona de recursos, tendrá a sus hijos en España…?”
Ella se dio cuenta de mi curiosidad y enseguida lo tomó como una invitación para conversar.
- ¿A usted también le robó la plata el ladrón del Jamil? -me dijo sonriendo.
- No, porque yo tenía una cuenta de ahorros que no tenía ni un centavo y cuando uno no tiene nada, no le pueden robar -le contesté riéndome y ella me miró incrédula.
La anciana abrigada con su chal negro, se veía más alta, pero en realidad era bien pequeña. Sus rasgos indígenas, de trazos firmes y expresión cansada, la hacían lucir como una persona trabajadora, que está acostumbrada a cargar cosas, a estar siempre haciendo algo o en movimiento. Luego de un par de frases, entramos en confianza y empezamos con las confidencias.
La señora María, me contó que cuando llegó lo del Feriado Bancario, ella tenía a su marido y a una hija. El, no pudo resistir el desencanto de tanto esfuerzo tirado a la basura y justo una semana después que le confiscaron su plata, le dio un ataque cardiaco.
-Es que él era muy rabioso. Yo le decía, Lucho te va a dar colerín, lo único que nos queda es seguir adelante, lo que se perdió, ya se perdió, pero nunca hizo caso y me dejó sola en el peor momento de mi vida. Sí, le dio colerín…es que se le quedaron con la plata de la jubilación y no lo pudo soportar…
Yo por estar mirando hacia el balcón presidencial, casi no veo que la señora María estaba llorando.
-Ya, no llore, eso ya pasó, ahora hay que tener fe, en que todo va a cambiar… ya vendrán tiempos mejores…
-Sí, dijo, limpiándose las lágrimas con la mano, pero al final yo me quedé sin familia, muy sola…-y volvió a llorar en silencio, sin quejarse.
-¿Y su hija?
-Se fue a España con su marido y yo me quedé con mis nietos…
-¿Ve que no está tan sola? Tiene a sus nietos, ellos le deben alegrar la vida.
-Sí, pero estamos solos, yo ya no tengo las fuerzas que tenía antes, ahora de todo me canso.
-¿Y no los trajo a ver al Presidente? –le dije con la idea de distraerla de su pena.
-No, porque ellos ya están grandes y no les gusta andar conmigo, dicen que es foco andar con la abuela…- y se rió a carcajadas.
-¿Qué edad tienen?
-El mayor tiene doce años y el otro diez, pero viera como me dan guerra, a veces no me hacen caso y yo tengo miedo que se me dañen. Ellos, se fueron hace tres años…
-¿Y por qué no se van con su hija?
-No han podido arreglar los papeles para llevarse a los guambras y yo no me quiero ir. ¿Ya para qué, si ni para trabajar sirvo? Quiero que se lleven a los guambras, y yo me voy a vivir con una hermana que vive en Patate… Yo nunca pensé que a la vejez, me podía quedar sola en la vida y así va a ser… ¿Sabe què? A estos del Jamil deberían castigarlos, pero bien duro…
-Antes eran demócrata populares, ahora son demócrata cristianos. -le dije, para que pudiera identificar a sus verdugos, pero no le dio la importancia que yo pensé, le daría a mi comentario.
- …en mi tierra hortigamos a estos ladrones. Qué valiente el Presidente Correa, por fin hay un Presidente de verdad…yo voté por él. -decía con orgullo. A mí me gustaría que al Jamil lo trajeran para hostigarlo, pero no, mejor a ese habría que matarlo…
Estábamos tan metidos en la conversación, que por poco no vemos a Correa que se asomó al balcón, de pura cortesía , porque en realidad no éramos muchos.
La gente empezó a gritar: ¡qué valiente, qué valiente, que es nuestro Presidente! Y la señora María y yo nos unimos al grupo, con un entusiasmo casi infantil. Al lado de Correa apareció Patiño, el Ministro de la Política, saludando con simpatía, igual que el Presidente.
Las consignas se siguieron sucediendo, algunas buenas, otras que rimaban a la fuerza, como esa de: “Ortiz, Ortiz, con nuestro Presidente no podís”. -aludiendo al periodista de canal cuatro, uno de los enemigos más profesionales de los medios de comunicación. Este hombre se sabe todas las mañas, de cómo entrevistar a la gente y marearla de tal manera, que al final, él queda como genio, y el otro como zapato viejo, sin importar si los hechos de la noticia se aclararon o no.
En la época que Mahauad, era Alcalde de Quito y luego candidato a la presidencia de la República, nunca le faltó una sonrisa para él y sacrificaba las preguntas, por adulaciones, que rayaban en el absurdo. Y nunca faltaba a las comidas en restaurantes caros de la ciudad, financiadas con plata del Municipio quiteño.
A los pocos minutos, el Presidente, se despidió para seguir con sus labores y nosotros nos quedamos felices por haberlo visto.
La señora María, con la cara radiante de alegría, se despidió de mí y ya caminando me dijo: ¡Sí, él es una buena persona, yo sabía! Y desapareció de mi vista caminando con pasos cortos.
Me quedé un rato pensando, en cuál sería el sentimiento de Correa cuando la gente como doña María le demuestra que confían en él plenamente, sin red de protección. La lluvia que comenzó a caer gruesa y tupida, me despertó de mis interrogantes y me fui corriendo, esquivando las pozas de agua, a tomar un taxi para irme a la casa.
Camarones que no se duermen, que no se los lleve la corriente, porque siempre deben saber, de dónde viene la traición.
FOTO: www.daylife.com
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